Nuestra vivienda es nuestro lugar de refugio, de descanso y, en ocasiones, también de trabajo.
El ambiente en ella debe ser el idóneo para lograr el bienestar y que podamos desarrollar de forma relajada las distintas actividades.
Este confort se consigue de muchas formas, y una de ellas es mediante el ajuste correcto de la temperatura.
La temperatura ideal de la casa debe ser aquella que nos proteja del frío en invierno, del calor en verano, y que no suponga un importante gasto energético.
Es lo que se conoce como temperatura de confort o confort térmico: aquella con la que no tenemos sensación de frío ni de calor.
La temperatura de confort varía en función de la actividad que se esté realizando y de otros detalles. No es lo mismo querer alcanzar esta temperatura en una biblioteca que en un gimnasio.
En este caso, nos vamos a centrar en las viviendas, donde influyen varios factores determinantes para alcanzar la temperatura ideal de la casa: el número de personas que hay en una misma habitación, la ropa que lleven, si los ocupantes están en reposo o en movimiento, la temperatura real del ambiente, la humedad, etc.
Los factores más relevantes para determinar la temperatura ideal o de confort de la casa son dos:
Para establecer la temperatura ideal de una casa, los expertos se basan en unos gráficos en los que se analizan y relacionan los dos parámetros anteriores, es decir, la temperatura seca (que es la que mide el termómetro) y la humedad relativa.
Según estos análisis, la temperatura ideal para una casa en invierno estaría entre una horquilla de 18 a 22ºC, y en verano entre 23 y 26ºC.
Eso sí, estas cifras como decimos pueden variar en función de la humedad. Si ésta es de, por ejemplo, el 50 por ciento, la temperatura ideal para una casa en invierno sería 21ºC y en verano, 26ºC.
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Conocer la temperatura ideal para una casa permite mantener un buen nivel de confortabilidad en su interior. Y no solo eso, también nos ayudará a ahorrar en la factura.
Si el confort térmico en invierno lo conseguimos con 21ºC, poner la calefacción a 23ºC sería absurdo y también un derroche, ya que por cada grado que subimos la temperatura de la casa el consumo energético aumenta un 7 por ciento.
Lo mismo pasaría en verano: mantener la vivienda a 26 grados y no pasarse con el aire acondicionado evitará un consumo energético elevado e innecesario.